jueves, 11 de octubre de 2007

El Tantra y la prostitución sagrada

EL TANTRA Y LA PROSTITUCIÓN SAGRADA
Un artículo escrito por Jean Varenne


Si nos detenemos a pensar por un momento en estos ritos sexuales nos preguntaremos sin duda: ¿dónde podrá encontrar el adepto esta pareja que le es imprescindible para la celebración litúrgica? Varias alternativas se le brindan, al menos en teoría: puede tratarse de su propia esposa, o utilizar los servicios de otra persona que sea también un miembro de la secta y haya recibido la iniciación requerida, o finalmente, buscar alguien que nos preste este servicio mediante compensación económica. Este último recurso será evidentemente el más sencillo, ya que sólo requiere un poco de dinero, y una prueba de que constituye un hecho frecuente dentro del medio tántrico (y también shivaíta), nos la da el hecho de la existencia en la India, hasta fechas muy recientes de una forma de prostitución sagrada[1] . Ante todo hay que decir que instituciones semejantes a esta han funcionado en las diversas áreas culturales del ámbito indoeuropeo y fuera de éste, se encuentran por doquier, desde América Central a Caldea y del África a la Polinesia[2].


En todos los casos, se trata de mujeres jóvenes vinculadas al servicio de un culto particular, que otorgan sus favores a los sacerdotes y a los fieles de dicho culto. El precio pagado por el servicio requerido a estas prostitutas no va nunca directamente a ellas sino, en su totalidad, es entregado a «la Deidad», a través de los responsables religiosos del santuario, del lugar de peregrinación, de las tumbas de los santos personajes o del templo mismo, en cuyas dependencias se da acogida a estas mujeres para ser visitadas por sus devotos. Se aprecia la diferencia en relación a la prostitución profana, que ha coexistido siempre con ésta: en el terreno profano, las relaciones se basan en un sistema comercial y el cliente sabe que su paga va a enriquecer a los proxenetas y a sus pupilas, mientras que la misma paga, depositada sobre el altar de un templo, constituye una verdadera ofrenda que el dios «agradecerá» concediendo al devoto el derecho de frecuentar por unos momentos a una de sus servidoras. Durante este tiempo, alejado por completo del mundo cotidiano y trivial, el individuo experimenta la sensación de hallarse en presencia de la deidad escogida por él, ya que le concede el privilegio de tratar de igual a igual con una persona del ámbito sagrado.


Prostitución y santuarios


Las formas de funcionamiento de este sistema han variado ciertamente con el tiempo, y pueden diferir mucho de una región a otra, pero la estructura básica será siempre la misma y la institución se ha perpetuado hasta donde se extiende el alcance de las religiones que la han adoptado como parte integrante de ellas. Por su parte, el cristianismo y el Islam se oponen por igual a incorporar, bajo cualquier forma, la sexualidad al ejercicio del culto; en el primer caso debido a la mortificación de la carne y el segundo por el cuidado que se tiene en preservar el rigor del culto ofrecido al Dios único. Donde quiera que tales religiones han venido a instalarse, ha desaparecido la prostitución sagrada (¡no en cambio la profana!), junto con todo aquello que se ha dado en llamar lo pagano. Sin embargo, en la India no ha llegado a ser decisivo el influjo de estas dos religiones y el pueblo hindú permanece fiel, en su mayoría, a la religión de sus padres. Allí, la desaparición de la prostitución sagrada ha sido más o menos progresiva en función de las circunstancias locales: donde los maestros musulmanes se mostraban intransigentes, los sacerdotes hindúes preferían evitar la confrontación privándose de los servicios de las jóvenes, hasta que un renacimiento del reino hindú volviera a establecer la institución. Cuando los ingleses sustituyeron a los emperadores mongoles, la situación pareció llegar a un punto estable ya que los nuevos conquistadores no tenían interés en mezclarse en los asuntos religiosos a condición de que no se produjera de modo alguno un escándalo público. En realidad, esta última restricción condenó a la prostitución sagrada a establecerse en los templos del sur, verdaderas ciudades fortificadas y prohibidas a los extranjeros. Sin embargo, la influencia inglesa no dejó de ganar terreno en los sectores cultivados de la población, en especial dado que el sistema educativo adoptado en la India en el siglo XIX era una copia fiel del modelo británico. De este modo, los grandes reformadores del hinduismo contemporáneo han criticado de forma unánime el sistema en nombre de una moral que no se había visto nunca antes en la India. Uno tras otros, los santuarios más famosos fueron despidiendo a estas jóvenes, o dejando de renovarlas, hasta que el propio gobierno hindú independiente puso punto final al proceso al prohibir explícitamente la prostitución sagrada. Hay que añadir que sólo los templos de Shiva y los santuarios de la diosa habían dado acogida a estas «cortesanas divinas», como era también el caso de Grecia, es decir, que no todos los templos podían ofrecer estas «facilidades» a sus fieles. Pero, si tenemos en cuenta el inmenso territorio de la India, vamos a encontrar que había en realidad un número considerable de muchachas dispersas en los innumerables lugares del culto. La repartición de aquellos fue ciertamente igual durante mucho tiempo, pero los avances de la conquista musulmana hicieron que, durante los dos primeros siglos la institución sólo existiera en el extremo sur de la península o en algunas zonas apartadas como el Assam o los altos valles del Himalaya.


Las devadasis


Ha llegado el momento de decir que las jóvenes destinadas a esta forma de prostitución portan el nombre de davadasis (servidoras del señor) y constituyen una corporación hereditaria, que funciona como una casta. El servicio que ellas deben ofrecer incluye todo lo que, a los ojos de los hombres, conlleva la seducción femenina, es decir, que no se trata sólo de los gestos propios de la sexualidad más refinada, sino también del arte de los adornos y el maquillaje, la danza, la música y el canto. Pero asimismo ellas deberán asumir su papel de madres, lo cual significa que no hay aquí un rechazo a la maternidad ni a la crianza de los hijos. El hecho de ser consideradas como miembros de una institución integrada en el contexto brahmánico (Dharma), confería a las devadasis una independencia sorprendente que las situaba a gran distancia de las prostitutas profanas. En efecto, la única jurisdicción a la cual debían responder es la de un consejo similar en su funcionamiento a un panchayat (consejo de casta), compuesto únicamente por devadasis. Se trata pues de una sociedad femenina, regida por mujeres y dedicadas por completo a la expansión de lo que ellas mismas consideraban como «la femineidad en sí». A la edad de siete u ocho años las niñas (y sólo éstas, a diferencia de lo que ocurre en las verdaderas castas) debían recibir la iniciación siguiendo un ritual cuya estructura combina a la vez el matrimonio y el upanayana (iniciación de los varones en las castas superiores): igual que ocurre en el rito matrimonial, se coloca alrededor del cuello un collar del cual pende una medalla con la imagen de una deidad y, como sucede en el upanayana, se viste a la niña con una vestidura nueva y se la confía a un preceptor (en este caso se trata evidentemente de una mujer). Comienza entonces un prolongado aprendizaje en las artes de seducción, con énfasis en la técnica sexual y, por otra parte, en la danza y el canto. En cuanto a los hijos varones de una devadasi, es costumbre confiarlos a uno de los parientes mayores, quien les prepara en su papel de acompañantes de sus hermanas, de modo que llegan a convertirse en músicos y cantores dejando a un lado los oficios domésticos y trabajando eventualmente en el exterior de su entorno familiar, por lo común al cuidado de un jardín anexo al templo y perteneciente a la comunidad. Queda entendido que las devadasis no pueden casarse, puesto que la ceremonia iniciática ha consagrado ya su unión con la deidad. No obstante, es posible para ellas una especie de retiro: cuando se observa que los fieles ya no requieren tanto sus favores, se autoriza a la devadasi a renunciar a su actividad de prostituta. En el curso de una solemne ceremonia, ella depositará sobre el altar los pendientes de una forma peculiar que constituían el signo distintivo de su función, con lo cual se le considera excluida de la misma. Entonces, podrá dedicarse a la educación de las pequeñas y tendrá derecho a convivir con un hombre de origen semejante al suyo (por ejemplo un músico), pero este nunca será considerado como un verdadero marido y no tendrá ningún derecho de carácter fiscal sobre la gestión del «matrimonio» de su compañera. Cabe señalar al respecto que al morir una devadasi sus bienes son repartidos por igual entre los hijos que haya tenido, a diferencia de lo que ocurre en las castas superiores donde el patrimonio resta indiviso y se confía por entero al primogénito para que lo administre. Gracias a esto, los hijos varones tienen asegurada una cierta base material que les libra de verse desposeídos por completo. En conjunto, la comunidad de las devadasis se puede asimilar a un convento de mujeres (que admiten a su lado frailes conversos), más que a una casta propiamente dicha que agruparía familias constituidas regularmente. Cabe añadir que los varones del grupo pueden jugar también una función sexual con los fieles, lo cual no representa un motivo de escándalo en la India donde la homosexualidad se halla muy extendida, como lo estuvo en Grecia en tiempos de Platón. Pero aquí se trata más bien de una actividad marginal, subalterna, como se puede inferir de la misma palabra devadasi, en la cual no hay ningún componente de género masculino.


Una institución regular

Los datos anteriores bastarán al menos para poner en evidencia la seriedad de la institución y su carácter «regular» (en el sentido de estar «plenamente integrada al Dharma»), al contrario de la prostitución ordinaria cuyas características han sido (¡y siguen siendo hoy en día!) las mismas en la India que en Occidente. Dicha «regularidad» se origina sin duda en su aspecto religioso y se ha logrado mantener precisamente por sus vínculos con este ámbito: del mismo modo que las esculturas eróticas que adornan los muros de los templos no sorprenden a los fieles, el encontrar o frecuentar eventualmente a las devadasis les parece algo natural. En cuanto al «matrimonio» simbólico de estas jóvenes, hay en esta ceremonia un detalle bastante significativo: no se les invita a «desposarse» con la estatua de la deidad, sino que ésta se reemplaza por un sable o tridente que se conservan en el santuario para tal efecto. ¿Por qué no se produce en cambio una desfloración ritual a cargo de un sacerdote que actuara en nombre de la deidad? ¿No será precisamente porque la ceremonia lleva en sí el carácter de una iniciación, una consagración, un verdadero matrimonio? El hecho es que si la joven fuera «verdaderamente» desposada con Shiva, nadie podría tocarla luego, bajo pena de sacrilegio. En tal caso, se vería obligada a confinarse en una celda, como un objeto de veneración sin duda, pero a distancia. Por el contrario, las bodas simbólicas con el tridente de Shiva tienen la apariencia de una ordenación, una «imposición de los votos», la cual se produce siendo la joven aún impúber y viene a marcar (como en el upanayana) el comienzo de sus estudios, al término de los cuales la devadasi entrará propiamente a prestar su servicio. Pero no olvidemos que el sable constituye el atributo característico de la diosa: en este caso, las bodas no pueden ser más «simbólicas», ya que muestran claramente el vínculo de la devadasi con la deidad del santuario, la cual es por lo general Durga o Kalí. La regularidad de la institución le otorgó un marco privilegiado en la organización de las ceremonias tántricas. Era ciertamente cómodo tener la posibilidad de convocar tantas jóvenes como fuera necesario para constituir un chakra (circulo sagrado), con la ventaja de que las devadasis tenían ya la costumbre de participar en dichas ceremonias, y habían sido entrenadas para ello dentro de un contexto religioso absolutamente apropiado. A menudo se reunía también el círculo familiar (Kula-chakra) en un local anexo al templo, lo que otorgaba mayor solemnidad a los ritos, permitiendo incluso que se mezclaran con algunos sacrificios «ortodoxos». No hay que olvidar también que numerosos santuarios -sobre todo en Bengala, Assam y el Himalaya-, estaban especializados en el culto tántrico, con acceso prohibido a los no-iniciados. Pero ¿cómo establecer la distinción entre aquellos y los simples curiosos o libertinos? Es de temer que a menudo el guardián del templo no cumpliera estrictamente sus funciones, con lo cual el santuario se convertiría en un verdadero lupanar. En la India los templos son todos propiedad privada (puesto que no hay una Iglesia oficial hindú), y el caso debió ser frecuente ya que el beneficio era considerable. Hubo pues escándalo en algunos casos excepcionales, lo cual ha sido suficiente para motivar la supresión de esta institución, hace ya varios decenios.


[1] Notas del Respetable Jñàpika Satya Gurú: Estas y otras operatividades aún existen. Antes también debieron acultarse de la mirada de los profanos. Igualmente es difícil encontrar un Gurú Tántrico pues la sociedad no los ve con buenos ojos, por eso prefieren ocultarse. Así mismo se reciente el que no haya familias de Gurús Tántricos por las mismas razones: la sociedad reprime estas formas de alta espiritualidad.
[2] Kedesheth es la Santa-Prostituta que numerosos Colegios de Iniciación tenían a su disposición para los extranjeros de paso; esas mujeres se entregaban a los viajeros y el beneficio era dado a la Institución. Se conoce la historia de esas Santas Amorosas de vestido malva y dedicadas al servicio del Templo. P. P. I / 24. Sat Gurú de la Ferrière; Traducción del Jñàni Ferriz.

4 comentarios:

isabelcostao dijo...

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Anónimo dijo...

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Luis Portillo dijo...

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